martes, 27 de marzo de 2012

Historietas para todos

Nadie sabe a ciencia cierta quién fue el primer ser humano en ejecutar un instrumento musical, ni el primer poeta en recitar sus versos, ni en qué momento a alguien se le ocurrió pintar las paredes. Tampoco existe todavía un acuerdo sobre cuál fue la primera historieta en haber sido publicada. De todos modos, no hay ninguna duda de que su origen como arte moderna estuvo ligada a la masificación de los grandes medios de comunicación impresos (periódicos y revistas) ocurrida durante los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX. 

Ahora bien, durante estos primeros años y hasta muy avanzado el siglo no existió el conflicto que comenzó a gestarse con su introducción en la atención académica: la historieta ¿puede ser considerada como una actividad artística? O ¿qué lugar ocupa en el escalafón de las artes? (si es que existe un escalafón, y muchas artes en vez de una sola manifestada por diversos medios). En el imaginario común, la historieta siempre ha estado más cerca del trabajador que del intelectual; del lado de la cultura de masas antes que de las bellas artes. Pero no sólo con ese estigma ha debido cargar. También es muy común escuchar que la historieta es algo para niños, una lectura “liviana” que les permitirá a los jóvenes entusiasmarse por la lectura para luego acceder a las grandes obras de la literaria hermana mayor.

Respecto de esto último, permítanme ser autobiográfico por un momento. En mayo de este año me tocó participar de una entrevista para un periódico de la ciudad, en tanto había formado parte del grupo que había viajado a la Feria del Libro de Buenos Aires encargado de comprar los libros para la Biblioteca Popular del Paraná. En esa entrevista relatamos nuestra experiencia y comentamos al periodista la diversidad (de géneros, estilos y temas) que tenían los libros que se habían comprado. Un pequeño grupo pero no menos importante de ellos eran historietas. Tratándose de un interés personal, fui yo quien mencionó los libros que se habían comprado, destacando la variedad de libros traídos, entre los que había, por supuesto, obras para niños y jóvenes, pero también había otras que apuntaban al público adulto. Mi sorpresa al leer el artículo producido en base a esa entrevista fue que habían citado textualmente palabras que (nunca) habían salido de mi boca, destacando la compra de historietas como estrategia para incentivar la lectura de los jóvenes. Con bastante tristeza me vi a mí mismo diciendo lo contrario a lo que pienso. “¡Qué lástima! –pensé– qué pena que la historieta todavía no haya podido dejar de ocupar ese lugar de pequeña hija boba (nacional y popular) en la gran familia de las artes modernas.”

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